Podríamos empezar con alguna cita del estilo de “No preguntéis qué puede hacer vuestro país por vosotros; preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país”, pero aunque esto sea realmente algo que debemos plantearnos, también es cierto que en asuntos de tan elevado renombre como los relativos a Inteligencia, los empresarios suelen sentirse con poca capacidad de aportar algo relevante y con mucha necesidad de ser apoyados por el todopoderoso Estado.
Internarse y sobrevivir en lejanas tierras, donde el factor determinante relacionado con el éxito o el fracaso estará seguramente ligado al conocimiento que podamos obtener del nuevo entorno en el que nos tendremos que mover, nos plantea la acuciante necesidad de adquirir la mayor cantidad de información que seamos capaces y gestionarla de la mejor manera posible. Pero la información, en exceso, se nos puede atragantar y lo que verdaderamente necesitaremos es algún producto planificado, obtenido, elaborado, analizado y disponible cuando se precise. Necesitamos Inteligencia. Las empresas precisan mejorar sus posibilidades en Information superiority para consolidar en lo posible su capacidad en Decision superiority.
Pero ahora hay que ponerle el cascabel al gato, y además procurando que no haga demasiado ruido – normalmente perjudicial en estos temas–, lo que podría parecernos una ardua tarea ante la que en muchos casos desgraciadamente se opta por abandonar, aun a pesar de perder una capacidad que ya hemos definido como prácticamente indispensable. Así, cuando una empresa se encuentra con una necesidad de conocimiento de carácter “especial” en el ámbito internacional y se plantea la posibilidad de poder ser auxiliada al respecto por sus propias instituciones nacionales, le suelen asaltar inmediatamente una serie de cuestiones tales como: ¿Es lícito solicitar este tipo de apoyo? ¿A quién se lo tendría que pedir? ¿Es un servicio de pago muy caro? o, incluso, la verdadera y determinante duda ¿Me va a resultar verdaderamente útil esa información? Por mi parte, yo no tengo ningún reparo en asegurar que merece la pena dotarse de esta capacidad y que nuestras instituciones tienen los medios y la voluntad de apoyarnos. Eso sí, pongamos de nuestra parte un poco de buena voluntad y tratemos también de aportar nuestro granito de arena a la Comunidad de Inteligencia, que para eso tenemos también nuestras propias capacidades. Las empresas, en especial las más grandes, debieran compartir el enorme potencial que suponen sus redes de activos humanos y tecnológicos desperdigados por el mundo y con un bagaje adquirido sobre el terreno muchas veces difícil de igualar. Ganaríamos todos, seguro.
Los estados, por su parte, también se benefician di rectamente al proporcionar este apoyo, ya que necesitan del poder y crecimiento de sus empresas en el extranjero para asegurar su propio bienestar y el del resto de sus conciudadanos. Son por tanto conscientes de que deben hacerlo y mueven ficha para asegurar un mejor posicionamiento de las mismas en el mundo internacional. Estamos viendo constantemente los movimientos de jefes de estado y presidentes de gobierno que se desplazan miles de kilómetros en un tour propagandístico, acompañados de empresarios y periodistas, con la intención claramente mercantilista de vender su marca y sus productos. Si esto es así, cómo no iban a querer prestar apoyo en todo tipo de frentes y materias para llevar a buen término esta loable y legítima misión. La Inteligencia debe ser, por tanto, una de esas capacidades en las que el Estado debe estar dispuesto a ofrecer –y nos consta que lo está– apoyo en las intrincadas y a veces oscuras aguas del sistema competitivo internacional.
Arma imprescindible
¿Acaso nos puede extrañar que gobiernos que se toman tan en serio su economía, como es el caso de los Estados Unidos, sin justificar por supuesto el presunto y tan de moda espionaje a sus «aliados», utilicen sus conocimientos sobre el entramado empresarial de otros países para apoyar a sus propias empresas con una pequeña aportación de «información privilegiada»? No podemos poner en duda que de una u otra velada forma, los gobiernos de los países más competitivos, como Japón, China, Alemania, Rusia o cualquier otro en permanente expansión, no estén utilizando todos los medios a su alcance para impulsar las capacidades de sus empresas en el difícil ring del comercio internacional.
La Inteligencia es un arma de la que no pueden prescindir. Se podría pensar que lo más útil, aquí y ahora, podría ser tratar de enumerar y desgranar de alguna manera las distintas instituciones y organismos existentes, con competencias en temas de Inteligencia, y que nos podrían surtir de algunos productos que calmasen nuestra sed de conocimientos; pero creo que esos organismos y departamentos son bastante fáciles de encontrar por quien quiera conocer sus servicios y posibilidades. Incluso si nos damos un corto paseo por la omnisapiente “red”, no creo que tardasen mucho en aparecer los CNI, MAE, ICEX y todo un sinfín de ministerios y sus representaciones en el extranjero, ávidas –estoy seguro de ello– de recibir las demandas al respecto y proporcionar el mejor servicio posible a sus conciudadanos.
Además, no debemos olvidar que prácticamente toda delegación o departamento en el exterior hace Inteligencia de alguna forma, aunque puede que no se den cuenta siquiera de que la están haciendo. Por tanto, creo que será más productivo que dediquemos estas líneas a esbozar de qué forma nos podríamos acercar a ellos, sean cuales fuesen, y cómo podríamos plantear nuestro sistema de trabajo.
Para ello, no debemos olvidar que la Inteligencia no es una serie de documentos que contienen cierta información y que esa información pueda dar respuesta sin más a nuestras necesidades. La Inteligencia es un ciclo de trabajo, prácticamente sin fin, que se va alimentando y retroalimentando según va generando sus productos. Así, la calidad y verdadero valor de lo que podamos recibir vendrá dado por cómo seamos capaces de gestionar ese ciclo que, como un deporte cualquiera, suele ir creando adicción según se va dominado su manejo y nos vamos sintiendo cada vez más cómodos al constatar los primeros y seguro espectaculares logros.
Para poder lanzarnos a esta aventura con algunas expectativas de éxito y garantías de obtener cierta rentabilidad, debemos adquirir unos, al menos someros, conocimientos sobre el tema y el funcionamiento, más o menos claro, que nuestras instituciones han pergeñado con el mayor esmero para poder proporcionar cierto apoyo a las empresas; eso sí, dentro de los estrictos límites y repercusiones que obviamente rodean es te bastante desconocido mundillo de la Inteligencia Competitiva. Y ya le hemos puesto un posible primer apellido a lo que hasta ahora denominábamos simplemente Inteligencia (siempre con mayúscula que para eso nos referimos al pilar fundamental que da soporte a toda decisión que se precie de estar bien valorada). La Inteligencia, a la que se hace seguir normalmente de un apellido que no hace otra cosa, según mi parecer, que definir de alguna manera el objetivo final y, en ciertos casos, el cliente al que van dirigidos los esfuerzos de la misma. Fuera de esto, la Inteligencia, en su acepción intrínseca, es un concepto que debe entenderse prácticamente como único y de ilimitada amplitud.
Cambio de paradigma
El actual director del Centro Nacional de Inteligencia ya preconizaba hace mucho tiempo, e incluso en contraposición al pensamiento de algún otro secretario de Estado con gran poder en este tipo
de cuestiones en aquellos tiempos, que el Estado necesitaba apoyar con Inteligencia a las empresas y crear un diálogo al respecto en estos temas del que todos indiscutiblemente saldrían muy beneficiados. Ya se estaba aceptando entonces el cambio de paradigma desde el consabido y tan manido “Need to know” (Necesidad de conocer) al que se ha revelado como imprescindible, aunque mantiene aún bastantes detractores, “Need to share” (Necesidad de compartir).
No sólo entre las agencias y servicios especializados en Inteligencia dentro del propio Estado o en países “aliados”, sino entre las instituciones y las empresas que, a la postre, forman sin duda parte del entramado que debe conformar un ciclo de Inteligencia que pueda ser digno de tal nombre y del que se puedan esperar unos buenos resultados acordes con nuestra elevada capacidad y necesidad nacional.
Llegados a esto, tenemos que pensar que las instituciones españolas a buen seguro disponen de mecanismos que nos pueden servir en nuestras modestas pretensiones de disponer de unos conocimientos que suponemos, a veces intuitivamente, necesarios y de los que, sin embargo, no encontramos fácilmente el camino de acceso. Por supuesto, a mi modesto entender, podemos estar seguros de que los gobiernos tienen el deseo, cuando no la necesidad, como ya hemos comentado, de cooperar con las empresas poniendo a su disposición los productos de Inteligencia que les sirvan para mejorar su posición competitiva ante otras empresas o administraciones extranjeras, lo que sin duda redundará en el mayor bienestar nacional. Eso sí, siempre con las limitaciones que tan especial tema suele traer aparejadas.
Ciclo de Inteligencia
Pero veamos ahora si somos capaces de encontrar en el maremágnum de la Administración alguna luz que nos permita adentrarnos en las instituciones que entienden de este tema y podamos empezar a desgranar los sistemas y procedimientos que nos permitan avanzar en estas lides. Para ello, lo primero que tenemos que conseguir y que pudiera parecernos muy fácil, aunque realmente no lo es tanto, es saber con la mayor precisión posible qué necesitamos, qué podemos solicitar y qué podemos obtener. Para ello, deberíamos empezar por conocer y analizar un poco el ciclo de Inteligencia y sus diversas fases, para entender así el proceso que nos permitirá saber dónde y en qué momento del ciclo tenemos la capacidad de actuar y qué resultados podemos esperar de nuestras actuaciones, y así mantener vivo ese ciclo vital para nuestras aspiraciones.
Y no quiero acabar sin hacer un pequeño comentario sobre las consultoras privadas, que también ofrecen servicios de Inteligencia a otras empresas e incluso al propio Estado, que no siempre dispone de los medios necesarios en tiempo y forma para cubrir sus propias necesidades.
De la misma manera que el Estado entiende, regula, controla y apoya a la Seguridad Privada, señalando en su nuevo Proyecto de Ley que tiene como uno de sus fines el “complementar el monopolio de la seguridad que corresponde al Estado, integrando funcionalmente sus medios y capacidades como un recurso externo de la seguridad pública”, así también las consultorías de Inteligencia, nacionales por supuesto, pueden contribuir en gran manera a mejorar las capacidades de Inteligencia allí donde las instituciones no pueden o no deben llegar.
En resumen, necesitamos conocer las capacidades y funcionamiento de los sistemas de Inteligencia, para que todos podamos aportar nuestra parte y servirnos del conjunto en aras de aumentar día a día nuestra capacidad competitiva. Seguro que así contribuiremos a bajar la prima de riesgo que tanta falta nos hace.
Socio fundador de Global Technology