Navidad. Hemos llegado en estos días a un tiempo en el que las fiestas multitudinarias, las comúnmente llamadas macro-fiestas, renacen en todo su esplendor. Los organizadores hacen proliferar las peticiones de autorización a la autoridad competente, con la esperanza de conseguir el ansiado plácet que permitirá a unos ganar algo de dinero en estos tiempos difíciles, a otros calmar un poquito a sus votantes en un lúdico ejercicio de pan y circo que les haga olvidar por unos momentos los recortes y sinsabores a los que les someten a diario y, a otros muchos, a muchísimos más, que les permitirán disfrutar de la fiesta, de la música y de la compañía de sus parejas y amigos en una necesaria catarsis que les permita encarar el nuevo año con al menos algo de esperanza si no es posible con el ya olvidado optimismo.
¡Prohibido! ¡Estate quieto niño que te vas a hacer daño y luego me la cargo yo! Sí, esta está siendo una de las más comunes respuestas de la Administración, después de que el fatídico y muy triste suceso del Madrid Arena mostrara el peligro real que nos acecha cuando se producen al unísono una concatenación de dislates en los que se complementan la avaricia, la incompetencia, la corrupción, la desidia, la cobardía y tantas otras “virtudes” a las que nos estamos acostumbrando en este patio de Monipodio del que no sabemos cómo salir.
Parece ser que a los responsables de autorizar la celebración de estas fiestas se están dedicando sobre todo a buscar la más mínima falta física, administrativa o estructural aunque hay que reconocer que algunas son muy gordas- para emitir la implacable prohibición sin dejar margen de maniobra a subsanaciones o alternativas que permitieran alcanzar un grado suficiente de seguridad general que hiciera viable la autorización, aunque no fuera el ideal, del nivel legalmente requerido.
Claro que, sin duda, eso es mucho más difícil y potencialmente responsabilizador que la simple y llana prohibición. Un buen Plan de Seguridad, efectivo, realista y responsable no tiene que ser necesariamente el que se atiene estrictamente a la normativa vigente a veces obsoleta y ambigua sin estudiar y aplicar otros valores tal vez bastante más efectivos y responsables.
Prohibir es cosa de dictadores, gestionar lo es de buenos políticos y dirigentes. ¡Estimados administradores de normas y justicia!, si estáis asustados, si pensáis que esto de la Seguridad con mayúsculas- no es fácil de gestionar, sobre todo cuando las cosas se tuercen e incluso acaban en juzgados, hospitales y tanatorios, apoyaos en especialistas, buscad buenos gestores que buenos, haylos en España sin tener que recurrir a otras latitudes- escuchad a los que saben de estas materias, confiad en los profesionales, dejadles trabajar y exigirles los resultados que sean menester. Ellos encontrarán soluciones que satisfagan a todos. Todo, menos tratar de lavarse la manos y encerrar a donceles y doncellas bajo fuertes cadenas que les mantengan apartados de todo mal pero les impidan desarrollarse.
No estéis seguros de que de mayores os lo agradecerán. Las dictaduras nunca se recuerdan con cariño sea cual sea la intención del dictador. Además, por mucho que se prohíba, lo único que se va a conseguir, además de poder falsamente excusaros con que habéis hecho lo que debíais, es que las fiestas se van a trasladar y celebrarse en sitios muchísimo peores, con menor control y seguridad, a merced de mafias y delincuentes y, por desgracia, posiblemente con más víctimas de todo tipo que si se hubieran realizado en mejores condiciones. En vuestras manos está la posibilidad e gestionar.
Por favor, señores y señoras del poder, dejad de tanto prohibir y tratad de gestionar el riesgo para que todos podamos desarrollarnos sin más temores que los estrictamente necesarios. Permitid que unos ganen dinero, otros se solacen y diviertan y, que vosotros seáis recordados como buenos gestores al final de la legislatura.
Queridos amigos todos, observad la forma de gestionar de nuestros próceres y después, votad en consecuencia.
Socio fundador de Global Technology